Por Jenny González Muñoz|¡Una guarimba en las tablas! (Opinión)

Fui al Teatro Municipal a ver una de las obras del Festival Internacional de Teatro de Caracas. Me llamó la atención porque es de un profesor que tuve en el pregrado, hace ya varios años. A medida que la “obra” iba desarrollándose mi asombro se agigantaba, no por la calidad histriónica, mucho menos por la escenografía ni la dirección, sino por el tema. Altamente politizada. ¡Una guarimba en las tablas! Entonces, a pesar de que me quería ir, decidí quedarme para ver en qué paraba todo aquello; era una mezcla tragicómica de esperanza porque la puesta diera un vuelco, y la desazón de tener la certeza de que eso nunca ocurriría.

Y me quedé. Reflexionando. De hecho este texto lo estoy escribiendo bajo el amparo de la penumbra de la sala semivacía del Teatro Municipal, patrimonio construido en 1881, administrado y restaurado por la Alcaldía de Caracas. En la “obra” que tiene como impulso un relicario, se habla del “empobrecimiento de Venezuela” (claramente definida con bandera y todo); de un presidente caudillo a lo Juan Vicente Gómez que lo tildan de “bruto” (así literalmente), con un discurso enrevesado y con paño rojo en el hombro; de una mujer vestida de negro que simboliza la libertad oprimida en todas sus manifestaciones. En este punto me quiero detener porque suena interesante que se hable de “opresión” y “ausencia de libertad de expresión” cuando están escenificando ese exabrupto en un teatro del Estado, dentro de la programación de un Festival auspiciado por el Estado, en un espacio abierto en inclusión (ya se ve) por parte del Estado de una tendencia política que tanto aborrecen.

A esta gente, altamente opositora, se la ha dado la oportunidad de actuar y prender una guarimba simbólica, donde se les dice “cerdos” (así literalmente) a los militares, brutos y sin capacidad de raciocinio, seres incapaces de pensar por sí mismos. De repente, cuando ya mi capacidad de asombro se estaba elevando como el cura de Macondo cuando tomaba chocolate caliente, las pizarras que han servido de escenografía, donde, por cierto, el héroe redentor de cabello azul (como el color de la MUD) es apresado y visitado por una mujer maravillosa y quasi santa mujer de cabello amarillo (que casualidad); se transforman de pronto en los murales de la UCV sirviendo de entorno a estudiantes hambrientos y destrozados por el sistema. Otra vez me quedé pensando.

La obra terminó luego de una lucha entre militares de paños rojos y estudiantes. Y yo me levanté mientras las personas que iban detrás de mí decían “pero estos todavía aplauden esta falta de respeto”. Pensé en que si me quejaba en alto, solo sería, como diría Rómulo Gallegos, “una brizna de paja en el viento”. Mientras caminaba hacia la estación del Metro, entre el silencio de la solitaria noche del centro de Caracas, en medio de una profunda tristeza reflexioné: debería haber un filtro para evitar que los espacios del Estado sean utilizados para ideologizar en contra del proceso revolucionario y lo que él implica; en el Festival Internacional de Teatro de Caracas deberían haber obras para ideologizar en socialismo y no espacios para que la oposición incite al golpe y la reanimación de las guarimbas ¿Qué nos está pasando que permitimos el insulto al Presidente legítimo de nuestro país y a los militares que, entre otras cosas, son garantes de la Seguridad y Defensa Integral de nuestra Nación?

Al llegar a casa recordé la vieja frase del Libertador Simón Bolívar “¡…vacilar es perderse!”, porque pelones como este, de buena voluntad, son detalles que cuecen las más terribles acciones. Me quedé pensando en mi comandante Hugo Chávez y quise haber estado en el Cuartel de la Montaña.

@JennyNabarao

Pues ve al Cuartel de la Montana, hay espacio para todos……

  • Menos mal que no viste la nuestra… nos hubieras acusado de terroristas.

    En la soledad de los campos de algodón.
    Sala Rajatabla 17 y 18 de abril 2015