El tino que tiene el Presidente para acuñar coyunturalmente algunos calificativos es admirable. Y a veces sus adjetivos se convierten en sustantivos que quedan para siempre en el lenguaje, adquiriendo un significado que va más allá de su intención primera.
Es el caso del vocablo “escuálido” cuya aplicación nació en un principio para identificar a unos grupos opositores y hoy día sirve para denominar a cierto tipo de reaccionarios de todo tiempo y lugar. Ya es un concepto de valor universal.
Por ejemplo uno dice que quienes promovieron la condena de Sócrates en la antigua Atenas eran unos escuálidos, que la Televisión Española Internacional es sumamente escuálida y que María Antonia Bolívar era la hermana escuálida del Libertador.
Y todo el mundo entiende y a partir de allí afirma o niega, pero nadie discute la aplicación del término en sí mismo.
Ahora, desde hace unos meses, Chávez comenzó a denominar amargados a los escuálidos. Es otra adjetivación notable: escuálidos amargados. Pero pudiera llegar a convertirse en un sustantivo que volara solo: los amargados.
A mi parece genial, por lo preciso, por lo correcto, por lo perspicaz, por responder tan bien a la descripción del estado de ánimo de los oposicionistas.
¡Es que es cierto! ¡Son unos amargados! Viven rumiando una rabia que los envenena.
No tienen paz. No tienen consuelo. Ven todo turbio.
Andan todo el día molestos. Nada les sienta.
De verdad lo digo, si yo pudiera llevarles algún alivio lo haría.
Por pura conmiseración humana.
Pero ya sé que es inútil. Perdieron la sonrisa para siempre.