Dos años, aproximadamente, llevan los intereses extranjeros tratando de derrocar al Gobierno legítimo de Siria.
Tras lograr masacrar a buena parte de la población libia y eliminar al principal símbolo de la Revolución Verde, al legendario líder Muammar Gaddafi, el gran capital puso la vista en el único país no monárquico de la Península Árabe.
Usaron el mismo método que en Libia, crearon un foco de de descontento y violencia.
Aprovecharon el natural descontento que puede generar cualquier gestión de Gobierno en el mundo, y le insuflaron la necesaria dosis de violencia y provocación para generar la legítima defensa gubernamental y así, a través de los medios pro occidentales convencer a los gobiernos del Consejo de Seguridad de que había que intervenir en Siria.
Los cálculos no les cuadraron. En primer lugar, porque mientras continuaban acrecentando la violencia e introduciendo mercenarios de países vecinos, las grandes potencias de la ONU, ante la anarquía del gobierno usurpador libio, y la rauda pobreza que invadía a las antes próspera Gran Yamahiriya, decidieron no avalar la estrategia de Europa, Estados Unidos y los gobiernos árabes pro occidentales en Siria.
En segundo lugar, subestimaron la lealtad de los cuadros sirios a su sistema, y no contaban que el pueblo y el Gobierno defenderían con palabras y armas su soberanía. Occidente ha logrado arruinar a la próspera Siria, pero no logra doblegar su dignidad.
Desesperados, EEUU y Europa ahora utilizan la misma mentira con lo cual convencieron a la ONU de acabar con Irak: la posesión de armas. En el caso de Siria, la patraña es el uso de armas químicas. La mentira como arma, pero Siria vencerá