Los autores de la insurrección militar del 27 de noviembre de 1992 no tenían en sus planes gobernar el país, Por el contrario, su propuesta era entregar el poder a personas consideradas “notables”. Se trataba de “un grupo de gente honesta, honorable y política”.
Así lo aseveró el entonces teniente coronel Wilmar Alfredo Castro Soteldo, actual gobernador del estado Portuguesa y candidato a la reelección, por el Partido Socialista Unido de Venezuela.
Pero la derrota llevó a los militares subversivos a la reflexión, lo que les hizo considerar ciertos factores: “El primer elemento es que no había plan B, o vencíamos o moríamos. El plan B se dio prácticamente de manera natural, porque no había otra opción. Simplemente, era la toma del poder y luego asumir las consecuencias de lo hecho”, expresó.
No obstante, sentían “la satisfacción de haber aportado un grano de arena a un movimiento que consideramos necesario, era imprescindible hacerlo, y eso de alguna forma debía contribuir a que el país cambiara”.
ESPERANZA E IMPULSO
A los protagonistas del 27-N les mortificaba que sus familiares no supieran cuál era su paradero. “Eso nos llenaba de preocupación, porque no tuvimos contacto con ellos sino después de ocho días de estar prisioneros, en el caso de los que estuvimos en La Carlota y fuimos apresado en la Escuela Superior de Guerra Aérea de la Fuerza Aérea. Otros fueron enviados a la Policía Militar”, apuntó Castro Soteldo.
El aislamientos les preocupaba porque ninguno sabía cuál era el destino de sus hijos y esposas, que también desconocían qué estaba pasando con ellos. Aun así, “después de ese shock”, mantuvieron vivo sus ánimos. “Todo se convirtió en una esperanza, en la posibilidad de pensar que afuera había un pueblo que no se iba a quedar tranquilo”, añadió. Eso les sirvió de impulsó para salir adelante a quienes estaban en la cárcel. “Y nos llamaba también a repensar nuestras vidas; qué iba a pasar con nosotros que lo habíamos lanzado todo por la borda, prácticamente sin un destino fijo”.
Ese proceso de repensar sus vidas también les llevó a prepararse mediante el estudio, que fue lo que más les ayudó a fortalecerse dese el punto de vista político: “Nosotros no éramos políticos. La mayoría de los que participaron en la insurrección eran muchachos a quienes su condición de nacionalismo y patriotismo los llevó a participar junto con nosotros. De esa manera, pusieron su vida y su carrera en riesgo”.
“Hubo una actitud de desprendimiento por parte de toda esa juventud que insurgió con nosotros en aquel entonces. Eso nos obligaba a repensar nuestras vidas, porque teníamos la seguridad y la certeza de que no volveríamos a retornar al seno de las Fuerzas Armadas”.
TRATO RESPETUOSO
Castro Soteldo indicó que cuando las fuerzas aliadas al presidente Pérez tomaron La Carlota, él y su gente exigió la presencia del Fiscal General de la República, e incluso de los representantes de la iglesia Católica, porque ya habían vivido “la experiencia de maltrato del que fueron víctimas los soldados que participaron en el 4 de Febrero”. A su juicio, eso ayudó a que sus derechos humanos no fueran vulnerados.
“Por otra parte, creo que ayudó muchísimo, en el caso nuestro, el hecho de que nuestra tropa no entregó el armamento hasta el último momento, cuando yo personalmente pude comandar a los soldados para que pudiesen entregarlo”, afirmó.
“Eso permitió resguardar la integridad física de nuestros muchachos y muchachas, porque también había mujeres que participaron con nosotros”.
Señaló que una vez en la cárcel, nunca recibieron trato vejatorio. Solo en algunos momentos se les negaron las visitas debido a circunstancias particulares, pero “de una u otra manera recibimos un trato respetuoso”, reiteró.
“FUERON DÍAS DUROS”
El gobernador Wilmar Castro Soteldo, rememoró que el vía crucis mayor vino después de su salida de la cárcel. En todas partes tomaron retaliaciones, no solo contra él y sus compañeros, sino contra los familiares de cada uno.
“Aparte de la prohibición de entrada a las bases aéreas, estaba la prohibición de trabajo, que nos obligó incluso a vender jugo de naranja”.
Viviendo en Maracay, donde no le daban trabajo, finalmente logró montar una empresa de consultoría en materia de seguridad, pero nadie quería contratarlo cuando se enteraban de quién había sido: “Luego me tocó trabajar en una unidad geriátrica, en Caricuao, gracias al apoyo del gerente de recursos humanos del entonces Inager. Él decidió que parte de los muchachos que habían participado en el 27-N trabajaran en la institución”.
“Fueron días duros. Nos tocó hacer cualquier tipo de trabajo, desde pegar bloques, hasta vender cosas y dar clases. Éramos “rateros”: trabajábamos un rato aquí y un rato allá”, expresó con humor e ironía.