Una breve lectura de la lista de actividades y objetivos de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), conduce a pensar que, supuestamente, están orientadas a juzgar al Estado desde el desprejuiciado y equilibrado sentido de justicia de la sociedad civil.
La lista es larga, pero algunos propósitos son elocuentes: promoción y denuncia de abusos contra los derechos humanos, participación ciudadana, ayuda a los desfavorecidos, estudio y divulgación de indicadores.
Tan respetables y justas causas muestran la existencia de sectores de la sociedad civil organizados en núcleos denominados ONG, que por su condición civil y societario se ubican, supuestamente, en el lado opuesto al Estado, cuya sola mención es asociada a conculcar las libertades individuales de los ciudadanos.
El manto ideológico de las ONG se ha extendido; ahora no solo incluyen a supuestas organizaciones sociales altruistas, desinteresadas y despolitizadas; bajo el mismo perfil actúan grupos de interés dentro de las universidades públicas, que para tales fines manipulan a la academia y a la autonomía.
Que las ONG combatan al Estado no es más que un uso maniqueo de categorías, pues si bien el Estado es creado como fórmula para dirimir los inevitables conflictos entre las clases sociales, al final y en lo grueso termina siempre inclinando la balanza hacia los sectores más privilegiados.
El asunto tiende a complicarse porque las ONG hacen un uso indistinto de las categorías Estado y Gobierno. Este último es el conjunto de instituciones político-administrativas del Estado, encargadas de darle forma legal y legítima a las propiedades e intereses de la sociedad civil dominante, la que efectiva e históricamente creó y controla al Estado.
De allí que ese nombre No Gubernamental le queda muy bien a las ONG, porque en realidad ellas no buscan acabar de manera definitiva con el Estado, sino jalarle las orejas e incluso adecuar y torcer al Gobierno para que éste se adecúe permanentemente a sus intereses y garantice así que el Estado en su totalidad esté siempre a su favor.
Por ello es que a nuestra clase media, gran parte timorata y crematística, le cautiva las tareas de las ONG, pues le permite obtener dividendos sin contraer, supuestamente, compromisos políticos.
Por ello podemos hallar toda una gama de profesionales expertos en argucias intelectuales destinadas a denunciar actuaciones gubernamentales, y así justificar la recepción de pagos por parte de fundaciones nacionales e internacionales receptoras a su vez de recursos de los que verdaderamente pagan y controlan la orquesta: los grandes emporios de empresas transnacionales.