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Con el paso del tiempo la concepción que la gente tiene del delincuente ha cambiado completamente, argumenta el criminólogo Javier Gorriño. “En los años 80, en un barrio, el malandro no era el más querido, salvo excepciones”, comenta. Para aquel momento, expresa, “se le veía como el muchacho problema que muchas veces se intentó salvar, pero a pesar de los esfuerzos no cambiaba y era rechazado por la comunidad”.
Hoy en día, contrasta, “a un malandro lo matan en una calle de su barrio y la gente que vive ahí se conduele con eso, porque sienten que van a estar desprotegidos y a merced de las demás bandas”. Además, asegura que por lo general, estos gozan de la admiración de las jóvenes del barrio, entre otras cosas, “porque tienen motos, les pueden mandar a hacer los senos y les puede regalar un buen teléfono celular”. A eso añade el hecho de que “nunca son agarrados por la policía”.
La suma de estos y otros factores, como el desbalance que hay con relación al crecimiento de los cuerpos policiales frente al crecimiento de la criminalidad -aduce el experto- también han provocado un incremento en la criminalidad. “En los años 70, los que estaban de guardia en una comisaría eran, por lo general, cinco funcionarios. De esos cinco, tres llevaban las novedades, tomaban las denuncias, y dos salían a cubrir las inspecciones oculares. Cuarenta años después sigue habiendo cinco muchachos en las comisarías para atender el número de delitos, que han crecido hasta tres y cuatro veces”, puntualizó.
SE EXIGE MUCHO
Gorriño asegura que “el Estado le ha exigido mucho a las policías, pero les ha dado poco”. De hecho, señala que casi todas las infraestructuras donde estas funcionan no han sido edificadas pensando en las necesidades espaciales de un cuerpo policial. “El edificio sede de la Policía Judicial, en Parque Carabobo, era un apartohotel que fueron desalojando poco a poco para ir metiendo a los funcionarios. Eso lo convirtieron en central detectivesca, con laboratorios y todo”, detalló.
Luego, en el gobierno de Luis Herrera –prosiguió- pensando en una nueva sede, “se puso la primera piedra en un terreno que quedaba en el otro lado de la calle, edificio que terminó siendo una escuela de arte, porque a alguien se le ocurrió decir que era muy feo”. Después, el presidente Caldera “tuvo la brillante idea” de tomar un edificio que había sido construido para un banco y se instaló ahí a otra parte de la policía. “El tiempo ha pasado y la sede sigue siendo la misma”, acotó.
La Policía de Sucre, añade, se instaló en una gallera que mandó a construir Luis Herrera. Ante la forma en que se han distribuido y organizado estos espacios, Gorriño señala que “definitivamente el drywall hace milagros”.
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