Se hizo justicia contra otro delincuente mediático|En Ruanda las palabras y los medios funcionaron como potentes misiles

Coronel Theoneste Bagosora, uno de los implicados en el genocidio. F/Archivo

En Ruanda, abril es sinónimo de muerte. Tras el atentado que derribó el avión donde viajaba su presidente, el hutu Juvenal Habyarimana, y su homólogo de Burundi, Cyprien Ntaryamira, el 6 de abril de 1994, se desató un genocidio en ese pequeño país que cobró las vidas de 800 mil personas.

Los eventos, según varias investigaciones, venían preparándose al menos desde un año antes. Ruanda es otro de los muchos ejemplos que ponen en evidencia la ineficiencia de mecanismos de integración como la Organización de las Naciones Unidas, cuya no intervención dejó un sabor amargo en las relaciones internacionales. Mientras la confrontación tribal de hutus (80% de sus ocho millones de habitantes) contra la minoría tutsi avanzaba de manera escalofriante, el mundo prácticamente se hizo el loco y, a la postre, aquellos hechos se convirtieron en abundante material para la industria hollywoodense.

A 16 años del genocidio se cuestiona no sólo la inacción de la ONU, sino también la indiferencia de países como Estados Unidos, Francia y Bélgica, la nula participación de las ONG y, otra vez, el rol de los medios de comunicación. De este lado del mundo, la apartada región es casi un espejismo.

Ruanda vuelve a ser noticia por la decisión de un tribunal popular de condenar a cadena perpetua a un periodista: el ex editor del periódico Kamarampaka, Bernard Hategekimana, mejor conocido como “Mukingo”.

Mukingo fue hallado culpable no sólo de incitar al odio a través de su periódico -donde difundía mensajes para favorecer la masacre y los cuales eran paralelamente leídos en radio Ruanda- sino también, de montar controles de carretera, en el distrito ruandés de Kimisagara, donde fueron asesinados muchos tutsis.

Según reseñan varios medios de comunicación, “con la caída del antiguo régimen, en julio de 1994, Hategikimana se refugió en la región de Kivu del Norte, en el antiguo Zaire. Regresó a Ruanda a finales de los noventa, pero no volvió a trabajar en medios de comunicación”.

La acción tardía de la justicia permitió que en 2004, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, creado por las Naciones Unidas, otros periodistas fuesen también condenados a penas máximas por utilizar los medios de comunicación como herramientas para generar violencia, odio y muerte. Correspondió, entonces, rendir cuentas al director del grupo Radio y Televisión Mil Colinas (RTLM), Ferdinand Nahimana; a su fundador, Jean Bosco Barayagwiza, y al jefe de redacción de la revista Kangura, Hassan Ngeze.

Jean Bosco Barayagwiza, condenado a 32 años de prisión, murió, irónicamente, en el mes de abril de este año, en un hospital de Porto Novo, Benin, donde cumplía su pena.
Pero a Bernard Hategekimana lo condenó un Tribunal Popular, el cual, a diferencia del Tribunal Penal Internacional Para Ruanda, se inspira en las antiguas asambleas, en las que los sabios del pueblo resolvían las diferencias sentados sobre la hierba (gacaca, en lengua ruandesa). Estos tribunales denominados gacacas son los encargados de enjuiciar a los acusados del genocidio de 1994, a excepción de los máximos responsables de la matanza, quienes están siendo juzgados por tribunales clásicos. La gacaca puede condenar a cadena perpetua, la pena más grave que existe en Ruanda.

LA FUERZA DE LAS PALABRAS

El caso de Ruanda, desde el punto de vista comunicacional, sigue y seguirá siendo objeto de estudio en las escuelas de comunicación social, en las discusiones teóricas sobre los medios como armas de guerra y en el análisis de los efectos de la llamada “guerra de cuarta generación”.

Hasta entonces, sólo las teorías habían sido capaces de demostrar la fuerza de las palabras. Los acusados, en su defensa, argumentaron desconocer esa fuerza, llegando incluso a afirmar, como en el caso de Jean Bosco Barayagwiza, que nunca tuvo conciencia de ello.

Mensajes radiofónicos como: “Hay que derribar más árboles, aún no hemos derribado suficientes” o “las cucarachas deben morir”, se convirtieron en eslogan diario, repetido mil veces por tres meses. Una suerte de “código” de muerte que era seguido al pie de la letra por los hutus. La dantesca situación ha sido recreada por las crónicas periodísticas de la tragedia y por miles de sobrevivientes, algunos de los cuales, incluso, aceptaron participar en películas para dejar constancia de la infinita maldad humana.

Años después del genocidio, la ONU inauguró un sitio web donde se compilan las “Enseñanzas de Ruanda” ((http://www.un.org/spanish/preventgenocide/rwanda/) para “sensibilizar” a la opinión pública sobre estos casos, para no olvidar, para tratar de evitarlos, aunque en la práctica el organismo continúe siendo desbordado por hechos más recientes, en otras latitudes del mundo.

“En los momentos en que la fiebre bélica está más o menos palpitante en cada uno de los miembros de una región o de un país, la palabra inspiradora, inflamada, aumenta esa misma fiebre (…) Explica, enseña, enardece (…)”, escribía Ernesto “Che” Guevara en el texto “La Guerra de Guerrillas”.

Ferdinand Nahimana, director del grupo de radio y TV Mil Colinas, que instigó al asesinato en masa. F/Archivo

DELINCUENTES MEDIÁTICOS

Para el profesor José Monsalve, periodista y docente del Programa de Formación de Grado en Comunicación Social de la Universidad Bolivariana de Venezolana, especializado en semiótica y teorías de la Comunicación, el genocidio en Ruanda se preparó durante un año, entre 1993 y 1994. “Se desató una campaña orgánica para tratar de inducir a la población contra las mencionadas tribus, ocasionando un martirologio espeluznante de muerte. En este caso, la inducción mediática operó como un arma de guerra logrando el genocidio”

“Lo importante de estos casos, además de haber hecho justicia contra lo que yo llamo delincuentes mediáticos, es que en la conciencia internacional y de los pueblos este tipo de delitos y quienes los cometen deben ser juzgados y condenados”, agrega. “Por esta razón vuelve a imponerse la necesidad de legislar sobre ello, ya que los contenidos de los medios de comunicación pueden causar efectos insospechados”.

-Los acusados dijeron no saber el efecto de sus palabras…

-La palabra también es un arma de guerra, de sometimiento, de exterminio. Hoy día es de conciencia pública el poder de los medios en las conductas colectivas. Con la guerra de Cuarta Generación, el arma estelar ya no son las bombas atómicas, ni los aviones, ni los ejércitos; son los medios de comunicación social los misiles usados para abatir poblaciones enteras porque disparan a la mente de los individuos. Ya no es la ocupación física, sino el dominio mental; la ocupación mental, para provocar actitudes. Someter por la mente a los pueblos es menos costoso y más expedito que tomar por asalto los espacios.

Explica Monsalve que en Ruanda todos los mensajes fueron inducidos a través de la cadena de radio y TV Mil Colinas (Des Miles Colines) con la finalidad de establecer un prejuicio en los radioescuchas y las audiencias contra la tribu tutsi. Este prejuicio era de tal carga racista que condicionaba en quien recibía esos mensajes una conducta de odio, agresiva y violenta. Los hutus manejaron primero la versión de que, muerto el Presidente de Ruanda, se desataría una masacre contra los tutsis. Ello, unido a la organización de las acciones por parte del ejército ruandés (armado por el gobierno francés con fusiles y machetes), permitió que en cada vecindario se desatara el holocausto. La indiferencia de la comunidad internacional contribuyó con el resto.

Y TENDRÁN QUE COMERSE LOS CABLES…”

Es abril también, pero en Caracas, Venezuela. Año 2002. La pantalla chica muestra el rostro desencajado de un hombre joven que mira fijamente a la cámara. Al fondo, una muchedumbre enardecida desbarata carros, grita. El hombre joven espeta, mientras la cámara mantiene su primerísimo primer plano: “…Y se van a tener que comer los cables, las alfombras, las sillas, porque no les vamos a dar comida, ni agua…”

¿Es exagerado pensar que en Venezuela los medios pudieran desatar algo parecido a lo que sucedió en Ruanda? “No hemos llegado al genocidio, pero sí al odio”, advierte Monsalve. “Ese eslogan que reza: ‘Globovision no informa, enferma’, acuñado para esa empresa de televisión, es absolutamente cierto. El 11 de abril de 2002, por ejemplo, los medios manipularon, mediante la técnica de la selección de imágenes, todo lo que estaba ocurriendo en la realidad; presentaron los acontecimientos de manera distorsionada y difundieron una mentira. Presentaron a la gente disparando en una dirección, pero no mostraban la otra parte. Lo demás lo hicieron las palabras.

La imagen de los llamados “pistoleros de Llaguno”, repetida cientos de veces durante tres días consecutivos, sumada a la incitación de periodistas para denunciar “a los culpables”, generó hechos de violencia contra el ex ministro Ramón Rodríguez Chacín y el ex diputado y actual gobernador del estado Anzoátegui, Tareck William Saab.

En otros canales de televisión, como Venevision, se mostró Puente Llaguno con una franja negra que tapaba sus rejas. El periodista Santiago Gutiérrez afirmó que había sido colocada “deliberadamente” por el gobierno del presidente Chávez para “tapar” la masacre. Luego se estableció que aquella franja negra había sido un montaje. Todo ello quedó aclarado mucho tiempo después con el documental del cineasta venezolano Àngel Palacios.

El profesor José Monsalve recuerda que cuando una noticia es publicada, causa un “impacto mediático” cuyos efectos en la receptora o el receptor son imposibles de subsanar. “Es un daño que no repara ni siquiera el derecho a réplica”, afirma.

En la guerra de Cuarta Generación “se utilizan herramientas psicosociales, psiquiátricas, psicológicas. Son laboratorios de guerra mediática que influyen en la conducta, tanto individual como colectiva, que son los blancos o los objetivos de estos disparos mediáticos y producen un efecto en la conducta”.

El dominio cerebral, la persuasión coercitiva y los prejuicios cognitivos “se aplican comunicacionalmente para inducir actitudes colectivas o individuales. Si cuantificamos la cantidad de mensajes transmitidos un mes antes del 11 de abril de 2002, podemos entender el comportamiento dócil de un sector que fue convocado aviesamente hasta Miraflores con el propósito de conducirlo a una hecatombe”.

La misma práctica operó durante el golpe petrolero en diciembre de 2002. Monsalve refiere estudios que han cuantificado hasta 18 mil mensajes transmitidos por los medios privados durante 23 días, con los cuales se indujo a la rebelión y a la guerra civil.

El caso Ruanda deja muchas lecciones, sostiene Monsalve. “Es necesario legislar sobre este tipo de delitos mediáticos. En Venezuela tenemos, por ejemplo el Código de Ética del Periodista Venezolano, que en su artículo 4 dice: «ningún hecho deberá ser falsificado ni ningún hecho esencial deberá ser deliberadamente omitido’. En el 5, agrega: ‘el periodista está obligado a defender la verdad, la libertad de expresión y el desarrollo autónomo e independiente de nuestros pueblos”.

El profesor habla sobre este tema “porque los condenados de Ruanda, en su defensa siempre aludían la libertad de expresión, convirtiéndola en una patente de corso para delinquir mediáticamente. Por eso debe retomarse la discusión de la Ley contra los Delitos Mediáticos” en la Asamblea Nacional.

De todas formas, por los efectos mediáticos perversos a los cuales alude Monsalve, no habrá condena, por más dura que ésta sea, capaz de borrar el horror. En Ruanda, abril seguirá siendo sinónimo de muerte…

OBJETIVO: LA MENTE

Prejuicio cognitivo: Es una distorsión que afecta el modo en que los seres humanos percibimos la realidad. Por esta vía se llega a disociar al receptor-objeto de su medio ambiente, y a producir prejucios ante cualquier hecho; es decir, se tiene siempre una predisposición a prejuzgar, y ello conduce a la disociación psicótica. En el plano político, una persona disociada de la realidad rechaza todos los hechos positivos.

Prejuicio informativo: Es una actitud y posición predeterminada, sesgada, de los medios de comunicación, con intereses políticos y posiciones partidistas en el tratamiento de la información, con el objeto de persuadir a la audiencia de una intencionalidad predeterrminada.

Prejuicio receptivo: Se basa en la inducción de suposiciones, prejuicios o probabilidades para afectar la conciencia del receptor, quien decide sesgar sin comprobar de manera fehaciente la veracidad de la información.

Fosa Común en Ruanda

CUANDO LA REALIDAD SUPERA LA FICCIÓN

“Hotel Rwanda”, “Sometimes in april” y más recientemente “Shootings dogs” es la filmografía producida para documentar lo que algunos han llamado la “limpieza étnica” de Ruanda.

“Sometimes in april” es del realizador haitiano Raoul Peck, quien afirmó que “no hubiera hecho una película sobre genocidio si no hubiese contado con la participación del pueblo que lo padeció”.

Pero en el genocidio también hubo héroes, y la película “Hotel Ruanda” está dedicada a uno de ellos: Paul Rusesabagina, gerente del hotel Mil Colinas, quien logró salvar la vida a los más de mil tutsis que durante dos meses se apiñaron en los pasillos y habitaciones del establecimiento de cuatro estrellas.

En “Shooting Dogs” dirigida por Michael Caton-Jones, se hace referencia a una acción que se convirtió en habitual durante la masacre: soldados de los cascos azules de la ONU, cuyo mandato no les permitía intervenir para parar las matanzas, disparaban a los perros que devoraban los restos humanos esparcidos por las calles.

T/ Luisana Colomine
F/ Archivo CO

que bonito
NAHIA LA MAS UAPA