La movilización electoral de mañana lleva su nombre|Willian Lara: un socialista de raíz

Su hermano Nelo guardó la hamaca de moriche en la que dormía las veces que pernoctaba en su natal El Socorro. Es una casita muy sencilla con techo de zinc ubicada en la calle Mc Gregor, en la que se crió Willian Lara y a la cual regresaba siempre que las circunstancias de su dedicación revolucionaria lo traían a su terruño.

Allí también viven sus hermanos Luis, Rosa, Nelo, Talía e Iris, quienes después de que el pueblo llevó a Willian a la Gobernación, continuaron viviendo en sus mismas casas y desarrollando los mismos trabajos. Este es un rasgo familiar que definía y evidenciaba no solamente los orígenes y convicciones humildes de Willian, sino su apostolado cotidiano por la honestidad, valor que ni sus más fieros adversarios se atreven a cuestionar. Sus otros hermanos, Diógenes, Richard y Oliva, viven en Los Teques, Charallave y Caracas, respectivamente.

“Un carajo como ese no vuelve a nacer”, pontifica su hermano Luis Lara (todavía con los ojos enrojecidos y con una rabia a medio contener), quien compartió con Willian las penurias cuando ambos decidieron emigrar a Caracas en los años 80. Vivieron arrimados en una posada hacia los lados de Cumbres de Curumo. La memoria todavía golpeada de tanto repasar las circunstancias del fatal accidente que le costó la vida a Lara le permiten recordar que, para subsistir en la capital del país, Willian barría las salas de cine del centro comercial Paseo Las Mercedes. Una vez rechazó el cargo de subgerente del Banco República porque le exigían usar corbata. Willian también trabajó en los laboratorios de la Universidad Simón Bolívar, en Sartenejas.

Luis recuerda que luego se fueron a vivir al callejón Coromoto de Mesuca, en Petare, y que luego Willian se ubicó en el edificio Araguaney, en la vía a Guarenas, donde se hacían reuniones políticas en las que participaba Hugo Chávez, a quien Luis recuerda sentado en el piso. Todos compartían un pan con refresco.

Willian vive, la lucha sigue

En una casita rural del barrio La Cruz Verde, ubicada en diagonal a la primera casa materna de la calle Mc Gregor, vive doña Cruz Lara, madre de Willian y quien debe ser sometida a diálisis cada dos días por una deficiencia renal. Todos los días le pide a Luis que la lleve a ver el lugar en el que Willian tuvo el accidente. “Si no fuera por Willian, mi mamá estuviera muerta”, acota Luis, para explicar la abnegación del hijo por su madre.

En El Socorro, y en todo Guárico, hay afiches con una foto de Willian en la que lleva calzado un sombrero de cogollo. “Willian vive, la lucha sigue”, reza. En este pueblo, de unos 30.000 pobladores, la presencia de Willian se remonta a sus pasos por la escuela Carlos Irazábal Pérez, donde inició una relación con el que hoy todo el mundo reconoce como unos de sus mejores amigos: Ramón Zamora. La primera evocación que llega a la mente de Zamora sobre su compañero era que desde siempre le entregaba periódicos, con la sentencia: “Toma, para que te culturices”.

Rubén Granados, otra de sus grandes amistades pero ya en el ciclo básico que cursaron en el liceo José Melesio Camacho, sostiene que era muy difícil que Willian no eximiera alguna de las materias.

En esos años, Willian trastocaría a Rubén al obsequiarle un ejemplar de El Libro Verde de Muammar Al Gaddafi. Siempre se estuvo preguntando de dónde había sacado su amigo ese libro. Con el transcurrir de los años descubriría que el artífice de aquellas lecturas había sido el padre Pierre Nicollerat, un teólogo suizo que ancló en Venezuela en 1963 y quien, pocos años después, en 1972, fundaría la Escuela Técnica Agropecuaria Henri Pittier en El Socorro, donde Willian obtendría el bachillerato y donde se graduó como perito agropecuario.

Nicollerat después arrimó sus naves hacia el oriente del país, y más recientemente a Villa de Cura, donde la noche del 30 de diciembre de 2008 se le presentó su ex alumno para pedirle que lo acompañara en la Gobernación de Guárico: primero, como mediador con la Iglesia católica, hasta finalmente encargarse de la Secretaría de Educación, Cultura y Deportes.

Siendo fundador y director de la Henri Pittier, enseñaba inglés, materia en la que Willian siempre sacaba la máxima nota (9/9),

Lara impulsó el Desarrollo agropecuario guariqueño

objetivo que muy, pero muy pocos pueden decir que coronaron. “Era muy diligente, muy disciplinado; siempre participaba en la protestas razonadas. Escuchaba mucho, era muy callado”, recuerda Nicollerat, quien dictaba las preguntas de sus exámenes en inglés. Escribirlas bien ya valía la mitad de la nota.

“Lo que fue como estudiante lo fue siempre. El socialismo de él fue de raíz, de nacimiento. El socialismo de Willian era natural, el más auténtico que yo he conocido”, asevera este teólogo simpatizante de la Teología de Liberación.

“Él era así, no fue que se hizo”, insiste Nicollerat, quien también le daba clases de religión a Willian (“no era catecismo”). Se dedicaban a hacer lecturas críticas de la Biblia.

El teólogo conserva en algún lugar de su casa algunas boletas con las notas de Willian, y los recibos de una beca mensual de 215 bolívares que recibía su alumno. “Cuando era presidente de la Asamblea Nacional lo encontrabas almorzando en un restaurancito”, dice Nicollerat.

Siempre humilde

Otro aspecto que Nicollerat destaca, no sin cierto asombro, es que Willian se negó a vivir en la residencia del Gobernador. Alegaba que nunca en su vida había vivido en más de 72 metros cuadrados. Por tanto, habilitó la parte de atrás, en el área de vigilancia (una casita rural), y se instaló a vivir allí con su familia.

Destinó la inmensidad de la residencia oficial a una fundación encargada de cuidar a mujeres casi parturientas. “Él hubiese querido ser más humilde”, menciona Pierre Nicolllerat. Al analizar el desenlace de la vida de Willian, concluye: “Sus principios lo mataron”. Se refiere al hecho de que anduviera apenas con un acompañante y manejando él mismo, un claro desafío a la opulencia. Sus hermanos sostienen que ni siquiera cuando terminó la concesión de RCTV, siendo Ministro de Comunicación e Información, aceptó escoltas. Willian andaba solo. Una vez se percató de que unos guardaespaldas, por órdenes presidenciales, lo seguían a distancia, pero los detectó, les armó un lío e hizo que se retiraran.

“Murió por el pueblo que se le había confiado y por la Revolución. Vivió por su socialismo y murió por eso”, interpreta Nicollerat.

La mañana del accidente ambos habían discutido los planes de construcción de más escuelas, uno de los grandes delirios de Willian, quien cerró este tema de la conversación así: “Me siento más perito que periodista”.

Nicollerat analiza a Willian como una persona muy reflexiva, muy reservada en sus ideas, pero al mismo tiempo asegura que Willian era uno de los pocos que “con el tiempo ha podido sacar una doctrina socialista, sistematizar lo de Chávez”.

Campaña por Roscio

En algunas radioemisoras de Guárico, entre canción y canción, se cuela la frase: “Roscio al Panteón Nacional”.

Sus colaboradores le atribuyen a Willian el arranque de esta campaña que pretende llevar a los altares de la Patria al prócer guariqueño.

Willian aprovechó una reciente visita del ministro de Cultura, Farruco Sesto, al estado central, para comprometerlo a hacer una película sobre la vida de Roscio en la Villa del Cine. “Roscio demostró a través de la Biblia que la soberanía reside en el pueblo”.

“Con su sacrificio va a cumplir lo que él quería; va a cumplir su sueño a través de su sacrificio, y eso lo dirá la Historia. Puedo morir tranquilo por haber contribuido a formar a un hombre como Willian Lara”, resume Nicollerat.

La cruz verde versus Barrio Colombia

En el sector Las Burras del caserío La Puente vivió hasta morir doña Pánfila Lara, abuela de Willian. No bien llegaba el dirigente socialista a El Socorro, se adentraba hacia el campo a la búsqueda de un beso suyo.

El Willian que de niño recorría la calle principal del pueblo lustrando zapatos, y que en la escuela se enamoró de su maestra, era imantado por la tierra que labró, dice José Villegas Mota, quien recuerda las faenas que junto a Willian realizó. Mientras Mota surcaba el suelo, detrás iba Willian enterrando la semilla en el campo Pantanal, las áreas destinadas a las prácticas de la Henri Pittier. A la interrogante de si fue un asalariado de Willian, José Villegas Mota se sacude, preocupado, para negarlo con palabras y con actitud.

Al respecto, Juan Ramón González (“Juan La Perra”), nos dice: “Yo estudié con Willian desde primer grado hasta tercer año, cuando me mudé a Valle de La Pascua. De las maestras que nos dieron clase, recuerdo a Margarita, en primer grado, y a Esmeralda, en cuarto. Pero de esa maestra de la que estuvo enamorado Willian no me acuerdo. ¿Que hacía cajones de limpiabotas y los regalaba los demás? A lo mejor. Cuando eso no era que había muchos limpiabotas tampoco. Me acuerdo que estábamos él y yo, no me acuerdo de otros. Él era del barrio La Cruz Verde y yo de Barrio Colombia, y donde él limpiaba, yo no limpiaba”.

De la escuela, prosigue, “sí recuerdo que éramos muy pobres y nunca teníamos para comprar el desayuno. Y Willian y yo ayudábamos a las señoras que vendían empanadas y torrejas para ganarnos una, o ayudábamos a Lorenzo en la cantina para ganarnos un fresco. Willian era muy callado, silencioso. Cuando muchos estábamos por ahí bochincheando, recuerdo haberlo visto muchas veces solo en los bancos de los acacios, leyendo”.

Filiberto Romero, hoy de 70 años de edad, recuerda al muchacho que casi todos los días iba a ese negocio a trenzar conversaciones políticas puras y duras. El viejo, irreductible en el Partido Comunista de Venezuela; y Willian, anclado en el nacimiento del Movimiento al Socialismo.

El gallo rojo solía ser centro del debate, y si bien Willian no lo asumió a plenitud, en Caracas sí lo haría; incluso, llegaría a ser uno de los pregoneros de Tribuna Popular.

“Deberías ser periodista”

Nadie supo nunca el puerto profesional al que arribaría Willian, pues un buen día salió silencioso del pueblo a procurar una mejor patria. Convertido ya en periodista, frecuentó más El Socorro, y entre tantos sorprendidos, quizá al que menos agarró fuera de base fue a su inseparable Rubén Granados, quien había advertido las cualidades especiales de Willian con el castellano. Al punto de que cierta vez, al ser nuevamente derrotado en una examen de castellano, le recomendó: “Willian, deberías ser periodista”.

Su vocación de comunicador tampoco llegó a ser detectada por su profesor Héctor Barrios, formador de casi todas las generaciones socorreñas en el liceo José Melesio Camacho. A Willian le enseñó las materias Historia de Venezuela e Historia universal, además de Geografía y Formación Social, Moral y Cívica.

Yo lo apreciaba mucho. Era un muchacho pobre. Era muy interesado, se la pasaba investigando. Una vez le puse una nota de 14 y reclamó. Tenía razón, y le puse 17”. Esa era la máxima puntuación que le sacaban al profesor Barrios, pero era la mínima que Willian le obtenía, pues siempre estaba entre 18 y 19 puntos. “20 puntos es pa’ los libros”, justifica el educador.

“Willian fue un alumno extraordinario. Yo lo interrogaba todos los días. No tenía vicios (hasta su muerte, ni bebió ni fumó), y era un orador extraordinario, con un castellano perfecto. Cuando no estaba de acuerdo con algo, lo decía… motivaba la clase y destacaba sobre los demás. Siempre andaba solo, investigando”, ofrenda el profesor Barrios, quien solía visitar a Willian en la casita de la calle Mc Gregor, donde siempre lo encontraba prendado de un libro. “También fue sacristán de la iglesia. Ayudaba al padre a recoger el diezmo”.

El niño Willian también trabajaría poniendo y retirando las carteleras cinematográficas de las esquinas de la plaza Bolívar; esta era una forma de publicidad por la que él obtenía su pase para ver las películas.

Un fuera de serie

Arrastrado por la corriente de un río quieto pero que en la trágica tarde estaba acrecentado por una lluvia del momento, Willian (a quienes sus amigos más queridos osaban llamar desde lejitos “Grillo Arrecho”), trascendió esta vida devorado por las aguas irredentas y tumultuosas, en nada parecidas a las calmas lagunas donde aprendió nadar con su generación.

La obsesión de Willian por reflejarse en el pueblo más humilde y necesitado lo convirtieron en un paranoico del tiempo y un angustiado administrador del presupuesto del estado. Cada vez que la Gobernación contrataba una obra, se hacían micros radiales para informar sobre la contratación de la empresa seleccionada, así como el monto de la asignación. Se suministraba el teléfono del secretario de Infraestructura a fin de que la contraloría social encontrara los caminos expeditos para ejercer su labor. Willian era un fuera de serie.

Prefirió una salida colectiva

Las voces abiertas en Guárico, y especialmente de El Socorro se declaran momentáneamente en orfandad, pero con la certeza de que las batallas inmediatas robustecerán el legado que para la eternidad sembró Willian Lara en el pueblo. Así lo examina el cantautor socorreño Gino González.

“Más allá de mitificar a un ser humano y de fabricar héroes, la grandeza de Willian Lara está en el pueblo que somos. Fíjate que a pesar de la miseria que, en muchos casos, se ha convertido en frustración para traicionar nuestros orígenes, Willian, al contrario, igual que el pueblo, tomó el camino de la Revolución. Si algo mantuvo firmemente fue la dignidad de su propio pueblo”, indicó.

A Willian Lara “no lo encandilaron el poder político, el protagonismo ni la riqueza material. Morir es fácil, la muerte es una patraña que en todos lados la encuentras; difícil es optar por el camino del amor colectivo, de la justicia social, del socialismo… En un mundo en el que desde hace tanto tiempo te han dicho que la salida es individual, ser el mejor, surgir tú sin importar a quién perjudiques, Willian Lara prefirió una salida colectiva”.

Gino González se despide así de Willian Lara: “Buen viaje, camarada. Allá nos vemos, aquí nos quedamos mientras tanto, tratando de que el mundo pueda de una vez dejar de ser tan desigual. Aquí nos quedamos en la trinchera que nos heredaste. No te traicionaremos”.

T/ Douglas Bolívar
F/ Carlos Alejandro Pérez

ojala los burocratas de todas las instituciones nacionales, sean electos o no, se reflejen en la lección de vida del camarada William, el proceso está infectado de la antitesis de willian, personas sin etica ni moral revolucionaria. solo la acción permanente y revolucionaria acompañando las iniciativas de partición popular del pueblo escuchandolo y no imponiendo cosas desde el poder es como construiremos el verdadero socialismo, ese que practico Willian, la revolución permanente. te juro camarada que no dare descanso a mi alma hasta que se cumplan ls objetivos que te trazaste para tu pueblo. patria socialista o muerte. por tí estamos obligados a vencer.

  • Los niños y jovenes pregoneros : Ausentes de la Revolución ??
    La gran prensa nacional basa su estrategia de distribucion y ventas, en la explotacion de niños y jovenes pregoneros, los cuales son normalmentes contratados por un tercero, el cual solo se limita a dejarlos en una esquina, calle o avenida, para que pasen todo el dia a la intemperie, exponiendo su vida y su salud para vender el periodico del dia, y ganarse una mísera comision. Para ellos no existe un uniforme, una cesta ticket, no existe un programa de estudios, mucho menos un servicio de salud o un seguro de hospitalizacion ni seguro de vida. Esto debe ser resuelto bajo ley por la revolucion, no podemos hacernos los indiferentes. Hago un llamado a las autoridades competentes, para corregir esta situacion a la brevedad del caso, y se establescan los mecanismos legales para evitar tan vil explotacion. Estos venezolanos merecen que el estado les garantice mayor seguridad social y laboral. No podemos hacernos los indifere